sábado, 29 de marzo de 2014

PERIODISTAS INMUNDOS, NON GRATOS (I) Víctor Sampedro Blanco, Catedrático de Opinión Pública y Comunicación Política en la Universidad Rey Juan Carlos

Me he permitido la licencia de incorporar a este Blog el siguiente interesante artículo que merece la pena leer y difundir.

Periodistas inmundos, non gratos (I)
27 mar 2014
Víctor Sampedro Blanco
Catedrático de Opinión Pública y Comunicación Política en la Universidad Rey Juan Carlos


No debiera pasar marzo sin desmentir que el 10º “aniversario” del 11M superamos la teoría de la conspiración. A la décima fue la vencida. Ya les vale. Los conspiranoicos hablan de “normalización”, pero la anomalía continúa. Conservan el estatus de periodistas quienes urdieron la infotoxicación más aberrante que hayamos conocido. Bendecidos con los infundios de Rouco en el funeral del pasado 11 de marzo, siguen sosteniéndola. Menuda filfa serían este blog y el dichoso 4º Poder en Red, si no cantasen las verdades del barquero a quienes hunden el periodismo en la inmundicia.

Sé el recelo que puede despertar el repudio de unos pseudoperiodistas, que dan forma de noticia a la mentira (del griego, pseudo: mentira). Aclaro que los responsables de Público nada han tenido que ver con esta iniciativa. De ningún modo debe asumirse que la hayan promovido ni que la suscriban. Propongo declarar periodistas non gratos a quienes nos vendieron tales patrañas que debemos denunciarles como traficantes de información tóxica. Tan infecta que, como argumentaré en una segunda entrega, ha degradado el debate público hasta hacerlo impropio de una democracia. Los periodistas inmundos se denigran a sí mismos, a la profesión que dicen ejercer y a la sociedad a la que se dirigen.

Sus falacias sobre el atentado más letal perpetrado en Europa merecen la condena. No es un ataque, sino legítima (auto)defensa de los auténticos periodistas. Excepto por los que señalaré, declaro mi respeto hacia los trabajadores de las empresas aquí citadas. Sus condiciones laborales resultan lo bastante penosas como para encima imputarles los desmanes de sus superiores. Se han hecho multimillonarios precarizándoles y engañando al público. Pobres también quienes aún les creen. Son peones de un guerracivilismo de baja intensidad, que solo reconoce las víctimas de su bando. El derecho a la información presupone que el ejercicio del periodismo sea compatible con un modelo de vida y de negocio dignos. Ambas cosas son bien difíciles. Pero lo serán aún más si los ciudadanos y los periodistas con coraje no mostramos la dignidad con la que los afectados del 11M han resistido una década de mentiras e insultos.

El verdadero 4º Poder lo formamos todos y todas. Con la tecnología digital intentamos controlar gobiernos, parlamentos y juzgados. Pero solo tenemos impacto si nos aliamos con periodistas que se reconocen a nuestro servicio. Consideran la información como un bien común, mancomunado: generado mano a mano, con el público que somos su sostén e interlocutores. Por eso estamos obligados a defender al periodismo y señalar a quienes lo envilecen. Cuando los profesionales pervierten la libertad de expresión, nos la amputan a todos. Exijámosles que rindan cuentas y se retracten. Y, si no, retirémosles lo único con lo que cuentan: la gracia, el permiso de ejercer como representantes y valedores de nuestros derechos. No somos mercancía en manos de periodistas mercenarios, a sueldo de políticos y banqueros.

Un muy alto cargo de un grupo multimedia español me confesaba hace dos años que el mayor error había sido admitir como colegas a “demasiados indeseables”. Pues bien, se acabó el colegueo. Porque es competencia nuestra defender la libertad de expresión del único modo posible: ejerciéndola sin miedo ni bozal. Identificando a quienes la malean, máxime si (al contrario que nosotros) cobran por ello y cuentan con protección legal. Por tanto, denuncio a Pedro J. Ramírez; a su sucesor en la dirección de El Mundo, Casimiro García-Abadillo, y a sus conmilitones, Fernando Múgica y Federico Jiménez Losantos, como periodistas inmundos. Han transgredido la deontología y las prácticas profesionales más básicas. No lo han reconocido. E incluso se vanaglorian de ello. Merecen que les declaremos periodistas non gratos. Claro que hay más. Y, si así lo piensan, quienes nos leen deberían tomarse el trabajo de denunciarles. Nosotros ya lo hicimos hace una década, en un libro colectivo que barría la inmundicia venidera. Siguen ignorándolo, por la cuenta que les trae. Esto no es un auto de fe, como los que ellos acostumbran a oficiar. Han ejercido de inquisidores, exentos de mostrar las pruebas. Se han ahorcado con su propia lengua.

Pedro J., en declaraciones a Salvados afirmó: “No descarto de plano la participación de ETA en el 11-M, pero la veo improbable…  No sabemos lo que pasó”. A una semana del aniversario, el susodicho consideraba improbable (¿sin pruebas?) lo que durante diez años afirmó como cierto (sin pruebas). El pseudoperiodista siembra dudas, en lugar de despejarlas, que es lo que le corresponde a un informador. Éste habla con hechos contrastados e incontestables. Si no, calla. Pero esta conducta requiere humildad y más trabajo que alimentar suspicacias y lanzar insidias. Exige una mínima sensibilidad por la memoria de las 192 víctimas y 1.800 familias heridas. Rasgo imposible en quienes no han mostrado ni un atisbo de atención a la estabilidad psíquica y emocional de los afectados. Fruslerías, al fin y al cabo, para quien se considera inmortal y se instaló en el Olimpo de la Prensa Mundial hace años.

García-Abadillo, ya como sucesor del Pedro J, afirmó el 9 de marzo: “Dimos crédito a algunas informaciones faltas de rigor, que sólo tenían como fin confundirnos y llevarnos a un callejón sin salida [...] Las víctimas merecen que seamos menos arrogantes, reconocer que todos cometimos errores.” ¿También erró Pilar Manjón? ¿Por eso la convirtieron en pieza a abatir? El supuesto profesional imputa a “todos”, a un nosotros implícito que bien pudiera incluirnos, haber cometido errores. Cree que esto le exime de no habernos sacado de ellos. Y aprovecha para presentarse como víctima de “informaciones faltas de rigor”. Las mismas que él fabricó en dos libros - 11-M La vergüenza y Titadyn, este último de 2010 – plagados de pruebas falsas.

Las “investigaciones” de G. Abadillo sólo entorpecieron el juicio del 11-M, alentando que Jamal Zougam, condenado como autor material, se querellase por falso testimonio contra dos testigos protegidas. El actual director de El Mundo acusó a dos inmigrantes rumanas de mentir para conseguir la nacionalidad española. Los tribunales les avalaron. La misma suerte corrieron el jefe de los Tedax, J.J. Sánchez Manzano, y el comisario de Vallecas que encontró la prueba clave: se les abrieron sendas investigaciones que quedaron en nada. Manzano denunció la trama periodística del Titadyn en su libro Las bombas del 11-M. La policía nunca dudó de que el explosivo no correspondía con el usado por ETA. A falta de pruebas que avalasen la conspiración, minaron con insidias la credibilidad de las admitidas en el juicio. Corrompieron el protocolo más básico del periodismo de investigación: aportar pruebas irrefutables sobre nuevos imputados, entregándolas en el juzgado y publicándolas en el periódico. Sometiéndolas al tribunal de los jueces y al de los ciudadanos. Pero el periodismo inmundo menosprecia el Estado de Derecho y carece de sentido cívico.

A falta de evidencias, buenas fueron las declaraciones de otro de los principales condenados, convirtiéndole, para más inri, en bien pagado. Uno de los testigos privilegiados por El Mundo,  E. J. Trashorras, declaró antes del último 11M: “No, ETA no tuvo nada que ver. Lo que dije fueron tonterías. No tenía ningún fundamento para decir eso. Lo dije sin tener ningún argumento, más allá de querer confundir”. Estando en prisión, ya le había confesado a su padre que “mientras el periódico El Mundo pague, si yo estoy fuera, les cuento la Guerra Civil española”. Y acto seguido les concedió una entrevista en la que sostenía: “Soy una víctima de un golpe de Estado que se ha tratado de encubrir detrás de las responsabilidades de un grupo de musulmanes…”  El depositario y propagandista de esos infundios fue Fernando Múgica. Mantiene orgulloso en su entrada de la Wikipedia la referencia a la serie Los agujeros negros del 11M. Y su CV oculto lo componen obras de idéntico rigor. Colaboró con J.J. Benítez (“mi mejor amigo, periodista honesto”) en dos libros, Ovnis: SOS a la Humanidad (1979) y Existió otra humanidad (2003). Fraudes arqueológicos, montados a partir de piedras falsas, que mostraban a hombres y dinosaurios como contemporáneos, visitados por indios en naves espaciales. Las fotos de estas estafas fueron firmadas por Múgica.

Al “reportero” que agujereaba la realidad le acompañó F. J. Losantos en el terreno de la opinión. Al día siguiente de la falsa contrición de G.Abadillo, sostenía que “habrá más 11-M y más versiones oficiales y serán todas verdaderas”. Concluía con sarcasmo: “perdón por tanto error”. Pedro J. suscribió y superó su infamia desde Twitter: “Sólo 3 palabras que añadir a la estupenda columna de Federico: Eppur si muove. Perdón por los aciertos”. Los errores se habían convertido en aciertos. Reinciden y alardean, se cuelgan galones. Y claro que se siguen moviendo, manipulando los hilos de la antigua conspiración… Y de la próxima. Prepotentes, se saben impunes e inmunes en la ciénaga en la que chapotean. Me refiero al “fondo de reptiles” (subvenciones ocultas) del que se alimentan. Seguro que ya han recuperado los 15 millones en publicidad institucional que El Mundo perdió tras publicar las cuentas del PP. Pedro J. abandonó el barco que capitaneaba porque venía perdiendo 400 millones de euros al año. De Múgica no he buscado información, ojalá haya migrado a Raticulín. Y a Losantos no le falta de nada entre el diario y la radio digitales, que erigió durante el aznarato, y otros pesebres que frecuenta.

Campan a sus anchas, anchos ellos con sus falacias. Instalados en “lo improbable”, el error colectivo, la fabricación de pruebas falsas, el pago de falsos testimonios, las presiones a testigos y a jueces. Todo ello ha acabado resultando muy familiar en otros acontecimientos más recientes. Van de víctimas, sin reconocer ni respetar a quienes lo son. Sacan enormes réditos, entronizando a las que apadrinan e insultando a las ajenas. Se declaran valedores de la profesión y la han prostituido. En el mundo anglosajón, se conoce a estos mercenarios como presstitutes. Allí han entendido que –aunque esta sea una labor de golfos, descreídos y libertinos– hay cosas que no se pueden hacer solo por dinero. Sobre todo, una noticia. Sin un poquito de amor y ciertos límites, se considera una violación, aunque sea pagada.

El repudio de los periodistas inmundos no tendrá lugar en las redacciones que comandan, pues allí pagan salarios y deciden ascensos. No les denunciarán otros medios de forma tan tajante como aquí, por pensar que tirarían piedras contra su propio tejado. Y porque los pseudoperiodistas se aprovechan de la falta de coraje para mirar debajo de la alfombra antes de arrojar la primera. Quien desmiente necesita haber dicho o exigido la verdad. Casi nadie lo hizo en la profesión. En caso contrario, el 13 de marzo de 2004 la ciudadanía no habría denunciado la mentira que propagaba el Gobierno y avalaban el resto de partidos con su silencio. Las 72 horas previas a la votación pasarán a la historia como el colapso de un sistema político-informativo. Lo imperdonable es que se hayan ocupado de rematarlo en los últimos diez años.

Todos los medios convencionales convocaron el día 12 una manifestación de repulsa al atentado, diseñada como un acto electoral del Gobierno. No participaron en su organización los responsables de las fuerzas de seguridad. ¿Alguien se ha preguntado qué hubiera ocurrido si los terroristas que se inmolaron en Leganés hubieran querido rematar la carnicería de los trenes, atentando en las calles repletas de gente? No, porque la pancarta de la cabecera rezaba: “Con las víctimas, con la Constitución y por la derrota del terrorismo”. Entonces vivíamos la entronización de las buenas víctimas (las de ETA), el fundamentalismo del Régimen de la Transición y la beligerancia antiterrorista (contra ETA). No es de extrañar que los medios digitales, que no estaban activos en 2004, fuesen los más críticos con los conspiranoicos en el último 11M.

También callaron las Asociaciones de la Prensa. Demostrando que son el último ejemplo de sindicatos verticales: representan juntos a los empresarios y a sus trabajadores. Es decir, representan a los primeros. Los colegios y sindicatos profesionales mostraron idéntica pasividad. Quizás por falta de musculatura, propia del rigor mortis, al que parece abocado el sector. Los responsables de las Facultades de Periodismo que expidieron los títulos de los inmundos periodistas tampoco abrieron la boca. No movieron un solo dedo acusador que pudiese depreciar (aún más) el valor de sus titulaciones.

Podría sugerir a quien nos lee que inundase con una declaración de repudio a los susodichos los correos electrónicos de las organizaciones antes mencionadas. Pero lo dejo en sus manos, que para algo las tienen. Mi llamada se limita a quienes estudian Ciencias de la Comunicación y/o Información. No quedan otros actores directamente implicados. Al menos ellos debieran dejar claro que no consideran a los cuatro citados un ejemplo profesional ni compañeros de viaje. Seguir su trayectoria o permitir que les identifiquen con ellos les llevará al desastre. Consideran, como señalaba uno de sus pensadores de cabecera, G. Albiac, que el periodismo se vincula a “una toma de poder [que] sólo puede funcionar y consumarse en la noche y en las sombras, entre bruma y tinieblas.” El oscurantismo es su sello. Y los ciudadanos ya no demandamos sino que ejercemos mecanismos de participación y transparencia que acabarán siendo incorporados por la profesión. La luz es el mejor desinfectante y los taquígrafos del presente, los mejores periodistas.

Si al alumnado aún le faltan argumentos para declarar personas non gratas en sus campus a los periodistas, esperen al próximo lunes e intentaré dárselos. Será una forma de rematar este marzo infame. ¿O quieren más como este? ¿Hasta cuándo?